EFECTO BOOMERANG
Hace unos años me di cuenta de que en la vida sólo hay dos caminos. Uno es el del éxito, la fama y el bienvivir. Uno es el del grupo de los deportistas, aquellos que juegan al fútbol en el colegio, se llevan a las chicas más guapas del instituto con sólo chascar los dedos y además van a la facultad montados en lujosos descapotables. Y la otra senda es la que recorro yo. Parece ser que a mí me ha tocado ser parte del otro equipo, ese en el que nadie quiere jugar, el del club de ajedrez. Aquel grupo de chicos con buen corazón, pero sin suerte. En este bando, la paciencia es la mejor virtud de todas. Porque cuando te propones salir de acampada, acaba lloviendo; cuando quieres hacer un viaje, te cancelan el vuelo; y cuando aciertas todos los partidos de la jornada, resulta que no has sellado la quiniela. Por eso, he decidido borrarme de ese engañabobos de la teoría del karma, en la que se supone que todo tiene un equilibrio perfectamente diseñado por los astros. Todo esto va a cambiar. Ya no quiero regalar sonrisas porque sí, ni tampoco tender mi mano gratuitamente y, por supuesto, no pienso aguantar más sobre mis hombros los llantos de ese amor no correspondido. Ahora, he decidido comprarme un boomerang para que todo lo que lance por la ventana en dirección a la felicidad, tenga un trayecto de ida y vuelta sin hacer escalas en otros nombres de pila...
Si yo apuesto por alguien hasta las últimas consecuencias, sólo espero que esa persona también se desviva por mí. Que sea capaz de esperarme más de una hora cuando llego tarde y que sea capaz de escribirme un puñado de líneas dictadas al compás de su sístole de miocardio. Que sea capaz de ver un océano de películas que no soporta mientras se acurruca en mi regazo y que sea capaz de hacer un recopilatorio con aquellas canciones que más me gustan. Una mujer que me coja de la mano sin que se lo tenga que pedir, que me abrace sin buscar excusas para ello y que me bese sin previo aviso. Una mujer que me quiera sin más contemplaciones. Si consigo encontrar a una persona tan especial, alguien que sepa valorar mis detalles, mis piropos, mis celos y mis sueños rotos, ya no volveré a coquetear más con el ajedrez. Lo prometo…
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