sábado, octubre 30, 2010

EFECTO BOOMERANG

El Club de Ajedrez
Antonio Jarabo Velayos
Estoy cansado de que todo sea siempre tan complicado. Estoy aburrido de hacer las veinticuatro horas lo mismo que hice el día anterior. Estoy frustrado de tener que dar las gracias por cada segundo que respiro. Estoy harto de dar lo mejor de mí a los demás y sólo recibir malas contestaciones, gestos fruncidos y algún que otro puntapié de vez en cuando. Y encima, la única persona por la que de verdad daría mi vida, ni siquiera me toma en serio. Ni siquiera se plantea estar conmigo más de dos noches seguidas. Y lo peor es que nunca sabrá todo lo que sería capaz de hacer con tal de que pudiera comer todos los días algodón de azúcar, con tal de que no tuviera ni un simple resfriado y con tal de que las llaves de su portal no se atascaran en la cerradura. Ella no tiene ni la más mínima idea de las discusiones que mantengo con el destino con tal de que no vuelva a derramar una lagrima, con tal de que viva en un mundo de baldosas amarillas y casas de chocolate y con tal de que los tacones no le aprieten demasiado. Nunca se imaginará ni por asomo hasta que punto me atrevería a vender mi alma al diablo con tal de poder ver relucir cada una de sus treinta y dos perlas mientras ríe a carcajadas. Es muy triste…

Hace unos años me di cuenta de que en la vida sólo hay dos caminos. Uno es el del éxito, la fama y el bienvivir. Uno es el del grupo de los deportistas, aquellos que juegan al fútbol en el colegio, se llevan a las chicas más guapas del instituto con sólo chascar los dedos y además van a la facultad montados en lujosos descapotables. Y la otra senda es la que recorro yo. Parece ser que a mí me ha tocado ser parte del otro equipo, ese en el que nadie quiere jugar, el del club de ajedrez. Aquel grupo de chicos con buen corazón, pero sin suerte. En este bando, la paciencia es la mejor virtud de todas. Porque cuando te propones salir de acampada, acaba lloviendo; cuando quieres hacer un viaje, te cancelan el vuelo; y cuando aciertas todos los partidos de la jornada, resulta que no has sellado la quiniela. Por eso, he decidido borrarme de ese engañabobos de la teoría del karma, en la que se supone que todo tiene un equilibrio perfectamente diseñado por los astros. Todo esto va a cambiar. Ya no quiero regalar sonrisas porque sí, ni tampoco tender mi mano gratuitamente y, por supuesto, no pienso aguantar más sobre mis hombros los llantos de ese amor no correspondido. Ahora, he decidido comprarme un boomerang para que todo lo que lance por la ventana en dirección a la felicidad, tenga un trayecto de ida y vuelta sin hacer escalas en otros nombres de pila...

Si yo apuesto por alguien hasta las últimas consecuencias, sólo espero que esa persona también se desviva por mí. Que sea capaz de esperarme más de una hora cuando llego tarde y que sea capaz de escribirme un puñado de líneas dictadas al compás de su sístole de miocardio. Que sea capaz de ver un océano de películas que no soporta mientras se acurruca en mi regazo y que sea capaz de hacer un recopilatorio con aquellas canciones que más me gustan. Una mujer que me coja de la mano sin que se lo tenga que pedir, que me abrace sin buscar excusas para ello y que me bese sin previo aviso. Una mujer que me quiera sin más contemplaciones. Si consigo encontrar a una persona tan especial, alguien que sepa valorar mis detalles, mis piropos, mis celos y mis sueños rotos, ya no volveré a coquetear más con el ajedrez. Lo prometo…

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CONFESIONES

Los 4 escalones…
Antonio Jarabo Velayos

Y así, poco a poco me he convertido en lo que nunca quise ser. Poco a poco el castillo de naipes en el que se sustentaban todas mis ilusiones se ha ido desmoronando. Y ahora sólo soy una sombra de lo que un día soñé. Sin saber cómo ha pasado, una tras otra mis decepciones se han ido apoderando de mis ganas de crecer. Y cuando he querido darme cuenta todo mi ser estaba contagiado. Y es que, cuando eres tan ingenuo como yo era de pequeño, parece que está predestinado que con el paso de las noches acabarás recibiendo un choque frontal de realidad. Y eso deja tocado a cualquiera. Y cuando algo sale mal y te das cuenta de que no siempre vas a conseguir todo lo que te propongas, ya nada vuelve a ser igual. Es como un chip que salta en tu cabeza y te baja el entusiasmo un tono. Es como una onda expansiva que se te mete dentro de los huesos y te deja tiritando y con cara de frío. Espero que mal escribir estas líneas me ayude a enderezar los renglones torcidos con los que voy tintando las paredes de mi coraza.

Mi primera gran decepción tardó en llegar, pero se hizo notar. Menos mal que pude disfrutar de quince años de inocencia, bienestar y felicidad. Fue en el último año que pasamos en la escuela y fue algo totalmente inesperado. Por entonces, todos los problemas parecían enormes cuando en verdad eran ridículos. Fue en ese curso cuando el que hasta entonces era mi mejor amigo se convirtió de la noche a la mañana en un desconocido para mí. Me dio la espalda, se olvidó del pasado y cambió nuestra amistad por un “hasta luego” ocasional cuando nos cruzábamos en el recreo. Por aquel tiempo, no supe valorar la gravedad del asunto. Supongo que para mí fue como cuando rompes un juguete de tanto usarlo. No obstante, con el paso de las semanas, los meses y los años, fui comprendiendo que las mañanas cambiando cromos, las travesías en bici por los pueblos de la provincia o el malgasto de monedas en los recreativos habían pasado a mejor vida. Aunque nunca tuve claro los motivos de nuestro distanciamiento, continué como si nada. Primer escalón superado.

Mi segunda gran decepción, más bien diría mi segundo empujón hacia la ironía de este mundo fue la muerte de mi abuelo. Y digo ironía porque cuando parecía que todo me iba a pedir de boca, cuando todo parecía seguir su cauce, el destino me sorprendió de esta manera. Gracias a este palo descubrí que en la vida no hay nada eterno y que todo acaba consumiéndose con el tiempo. Esa fue la penúltima vez que lloré de verdad. Mi abuelo era alguien muy especial, nuestras personalidades eran camaleónicas, como si estuvieran hechas con una hoja de calco. Él fue quien me enseñó a conducir, quien me enseñó a cazar, quien me enseñó a valorar las pequeñas cosas de la vida. Desde que mi padre me llamó para darme la fatal noticia hasta hoy, creo que no he vuelto a ser el mismo. Y es que con mi abuelo, no hacía falta que habláramos para contarnos todo. Bastaba con que nos sentáramos en los poyetes del jardín y contáramos mentalmente las copas de los abedules de la rúa. Era como si pudiéramos leernos el pensamiento sin ni siquiera mirarnos a los ojos. Y mi abuelo no era el típico abuelo que te repite las cosas mil veces, te aburre con sus batallitas y refunfuña cada vez que llegas tarde. Simplemente, mi abuelo me había calado, sabía como era y lo que pensaba en cada segundo. Lloré su marcha en soledad, nadie logró consolarme. Por eso, tuve que tragarme mis sentimientos y anestesiar mi corazón. Es la única vez que he llorado por la muerte de alguien. Segundo escalón superado.

Mi tercera gran decepción me llegó en el terreno profesional. Tras años luchando para poder ser periodista y tras soportar toneladas de sin sabores, por fin encontré el trabajo de mis sueños. Lo tenía todo: buenos compañeros, buen sueldo, buena reputación y encima era en el medio con el que siempre había coqueteado en mis cábalas. Todo era genial, pero como siempre, todo se difuminó. No logré quedarme en aquella silla que para mí estaba hecha a medida. Perdí las ganas de seguir peleando. Porque cuando tocas con la punta de los dedos lo que siempre has fantaseado, después todo aparenta ser de mimbre o de papel cuché, tan frágil y carente de vida como una figura de papiroflexia. Me sentí infravalorado porque sabía que valía para ese empleo. Me sentí frustrado por tener lo que quiero tan cerca y a la vez tan lejos. Me sentí como aquellas viejas fotos que guardas en el álbum y no vuelves a mirar en la vida. Como esos CD’S que apilas al final de la estantería y que sólo sirven para adornar el polvo. En esos instantes intentas quitarle importancia a tus fracasos, pero en lo más profundo de tu ser, ya te has dado cuenta que nunca va a ser completamente feliz. Pero como no te queda más remedio, finges una amplia sonrisa y sigues adelante una vez más. Tercer escalón superado.

Mi cuarta gran decepción es la última que ha hecho tambalear los cimientos de ese torreón que llevo encumbrando desde que nací. Siempre solía reírme de todos aquellos que decían tener el corazón partido por desamor porque me parecían demasiado exagerados. Pero el problema estaba en que yo no sabía lo que era realmente el amor hasta que este verano pude encontrar a la persona más especial que haya conocido. Es una chica maravillosa, simpática, preciosa, con buen corazón, llena de vida y sensualidad, con una mezcla poco habitual de responsabilidad con gotas de locura. Lo que más me enamoró de ella fue su sensibilidad, su forma de hablar, su forma de mirarme y sobre todo su forma de ser. Esa dulce timidez que posee me recuerda a mi yo del pasado cuando todavía no había sido corrompido por ese rico elixir llamado universidad. Hacíamos una pareja perfecta, de esa clase de parejas que todo el mundo admira y envidia y de la que todos se preguntan cómo puede ser que no estuvieran juntos desde hace años si parecen estar hechos él uno para el otro. Veía tan claro que ella era la mujer de mi vida, que ella tenía esa materia prima con la que fabricar una vida utópica, que le regale mi alma entera. Me abrí con ella como nunca lo había hecho antes, lo hice todo por ella exponiéndome hasta las últimas consecuencias. Al principio todo fue genial, pero al final recibí una infusión difícil de diferir. Tuve que lidiar con el amargo trago de la verdad. Ella no me quiere. Cuarto escalón en proceso.

Ahora estoy intentando superar de nuevo un peldaño, el cuarto de ellos que se me pone por delante. De momento, se me esta resistiendo, tropiezo una y mil veces más y vuelvo a caer. Quiero superarlo, pero sé que si lo hago, sólo conseguiré añadir una cicatriz más a mi pobre corazón. Y ya me estoy quedando sin hilo de sutura. Quizás en el próximo peldaño resbale, caiga de espaldas y vaya rebotando de historia en historia hasta que no queden escaleras y todo sea un enorme vació. A veces, pienso que no merece la pena intentar llegar a la cima si ya sabes de antemano que algo va a salir mal y toda la montaña se va a acabar derrumbando bajo tus pies tarde o temprano. A veces, pienso que todo lo que he hecho no ha servido para nada. Pero a veces, también pienso que todo tiene una razón de ser y que todo acabará encajando cuando menos me lo espere. Hasta entonces, continuo luchando contra el vértigo que me produce el sólo recordar lo joven que soy y los muchos cimientos que aún me quedan por capear.

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miércoles, octubre 20, 2010

COSAS QUE NO TE HE DICHO...

Mis Greguerías
Antonio Jarabo Velayos
A mi sonámbula…

Vives en un sueño continuo, o mejor dicho, en una pesadilla de la que no quieres despertar. Es como un coma profundo que no te deja ver la realidad. Yo llevo cuatro meses postrado a los pies de tu cama intentando dar con las palabras mágicas con las que librarte de esa maldición. Me paso día y noche pensando qué hacer para que abras los ojos. Por más que te pellizco y que te susurro al oído no consigo nada. Si fueras como la bella durmiente, con un beso de amor todo tendría un final feliz. Ojala fuera tan fácil. Si por lo menos estuvieras pensando en mí, estaría mucho más tranquilo. Pero no te preocupes, no me rindo, ya se me ocurrirá algo…

Quemar después de leer…

Eres como el fuego. Quién se acerca a ti recibe calor, ternura y placer. Tus llamas hipnotizan a cualquiera. Pero si alguien se arrima más centímetros de lo debido, se acaba quemando. Y las heridas por quemaduras tardan mucho en cicatrizar. Pero no me importa porque afortunadamente siempre he tenido alma de bombero. Estoy entrenado para soportar altas temperaturas y tragar humo a mansalva. Y aunque me suba la fiebre cada vez q estoy contigo, he descubierto que mi corazón es ignifugo. Sólo deseo que el tuyo no sea inflamable. Esta claro que no soy ningún experto en incendios, pero me arriesgaré. Y es que desde que era pequeño siempre me ha gustado jugar con fuego…

Supongo que…

Salgo a dar una vuelta con el coche y mi mente vuela de historia en historia. Cada vez que pienso en ti, en lo que pudo ser y en lo que no es, en lo que nunca será, mi ser se parte en dos. Voy vagando por la ciudad como un mendigo sin alma. Sueño con verte en cada esquina, con encontrarme contigo por casualidad al final de la tarde, con que me llames y me digas que te sientes sola. Pero el teléfono nunca suena y yo voy quemando más y más gasolina en busca de un espécimen en peligro de extinción. Últimamente das la callada por respuesta y ya no me sonríes como antaño. Supongo que ya te has cansado de tanta tontería. Pero aún así, yo sigo escribiendo esto por ti…

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martes, octubre 12, 2010

AL SON DE LA MÚSICA

20 segundos de éxtasis...
Antonio Jarabo Velayos
Comienza el concierto. Yo no toco, ni canto, pero sé escuchar. Pasa la primera canción, la segunda y la tercera y después de media hora de entusiasmo fingido por fin llega el tema q estabas esperando. Ese tema por el que compraste las entradas hace 2 meses y por el que has decidido aguantar a miles de borrachos votando sin cesar. Es esa cantinela que conoces mejor que la palma de tu mano, aquel tema con el que viviste las mejores anécdotas y con el que pasaste tu peores momentos de soledad. Y entonces empiezas a tararearlo tímidamente, como con miedo a gritar demasiado y estropear toda la magia que lo envuelve. Pero a medida que la letra va avanzando y las sensaciones se van mezclando con el estribillo, tu euforia y tu excitación van creciendo. Tu sonrisa se hace más ostensible, tu corazón late más intermitentemente y tus pensamientos se van difuminando entre nota y nota. Es como aquella situación en la que el joven inexperto está en el cine con la chica de sus sueños y poco a poco va acercando temblorosamente su mano hasta el hombro de la muchacha hasta que al fin es ella la que se vuelve y le besa por sorpresa. Y entonces llega ese momento de clímax, ese leve espacio de tiempo en el que parece que el mundo gira sin tropezarse con las mediocridades de la raza humana y en el que te sientes con fuerzas de perdonarlo y superarlo todo…

Son unos escasos 20 segundos de placer en los que los acordes se te meten por las venas y mueven tus músculos compulsivamente. Yo no tengo ritmo, ni sé bailar, ni tampoco conozco los pasos adecuados, pero con ese tema sería capaz de convertirme en la reencarnación de Fred Astaire y conquistar la pista hasta que las agujetas me obligaran a hincar la rodilla. Por esa balada, pierdo la vergüenza, los miedos, las dudas y los sinsentidos. Ese tema es el único que realmente me hace sentir vivo, que me hace soñar, que me hace olvidar y que me consigue consolar en esas noches en las que cada segundo del reloj atormenta mi cerebro. Con esa copla soy capaz de saltar desnudo a un campo de fútbol, soy capaz de hacer el pino en mitad de la catedral y soy capaz de trepar a una noria en marcha con tal de ser diferente a los demás. Con tal de demostrar que soy el niño más feliz de la escuela. Ese tema me vuelve loco, me descentra, me enamora y me destroza por dentro. Y es que tengo esa melodía tatuada en lo más profundo de mis entrañas. La escucho a todas horas en la radio, en el coche, en la tele, en el mp3, en los bares, en el metro y hasta la tengo puesta como timbre de llamada en el móvil. Ya no quiero escuchar otra canción que no sea esa porque para mí esa pieza musical es perfecta. Estoy seguro de que esa sinfonía está compuesta única y exclusivamente para mí. Ese tema me describe y me posee. Ese tema es mi cómplice. Ese tema eres tú…

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sábado, octubre 09, 2010

A MI MUSA

Salí a pasear...
Antonio Jarabo Velayos
Salí a pasear cuando el cielo anunciaba tormenta. La tarde había adquirido un color que me sobrecogió al pisar la calle. Estuve a punto de volver a casa, pero algo me empujó a seguir adelante. Recorrí unos metros con la impresión de que estaba sucediendo algo extraño fuera, pero también dentro de mí, pues era capaz de percibir sucesos que en situaciones normales me pasaban inadvertidos. Así, me pareció que en la conmoción de las hojas de los árboles, acunadas por el viento, había alguna intención. Quizás llevaban días esperando una tormenta de aire para manifestarse. El viento funcionaba al modo de una garganta prestada. Como no tenían ni idea de cuánto iba a durar, los árboles se decían las cosas de forma apresurada, quitándose la palabra unos a otros. Las ramas se agitaban espantadas, como si se anunciara una catástrofe o acaso el advenimiento de una nueva era...

Continué caminando. A cada paso que daba aumentaba mi nivel de conciencia, como si hubiera ingerido alguna droga. La droga era la tormenta, era el color del cielo, era el viento, eran las ramas de los árboles. Mi percepción había alcanzado tal categoría que podía reparar al mismo tiempo en el pájaro del poste telefónico y en la señora que retiraba la ropa de la terraza por miedo a que lloviera. Era una visión muy hermosa, como si estuviera pintada. La tormenta de aire se manifestaba dentro de ella en forma de pequeños remolinos, los cuales agrupaban junto a las ruedas de los coches aparcados las hojas desprendidas de los árboles. Aquellas hojas parecían restos de una conversación rota. Habían muerto, como el que dice, hablando. Todavía, incitadas por el aire, giraban sobre sí mismas como lenguas que no se resignaban a callar…

Entre tanto, el viento había sindicado sobre mi cabeza unas nubes cuya expresión, me pareció, era de mal humor. Jamás hasta ese día había sido capaz de percibir el estado de ánimo de las nubes. Creía que eran neutras, pero no. A estos nimbos les había ocurrido algo, algo especial. Decidí tomar el camino de casa, por si las cosas se pusieran feas, y sin saber cómo, me encontré junto a una adolescente muy menuda, muy frágil, que tenía el aspecto de una libélula o tal vez de una bolboreta. La mujer tenía esa edad en la que se asocia lo sincero con lo mágico. Nada más pasar a su vera, la muchacha me sonrió con gesto solemne. Y en ese instante, como si se tratará de pura poesía, como si fuera cosa del destino, como si estuviera delante de mi hada madrina o de mi más preciada musa, esa leve mueca me impulsó a conversar con ella…

—Va a llover, le dije.
—Parece magia, contestó ella.
—Es magia, afirme.

Inspirado en un texto de Juan José Millás.

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ERES TÚ...

Versos para mi intrusa

Antonio Jarabo Velayos

Eres mi proa y mi timón
Mi piano y mi partitura
Mi voz y mi canción
Mi creencia y mi locura

Eres mi paz y mi batalla
Mi novela y mi escritura
Mi verdad y mi mentira
Mi agrado y mi tortura

Eres mi semilla y mi jardín
Mi vicio y mi adicción
Mi sustento y mi raíz
El latir de mi corazón

Eres mi destino y mi luna
Mi fortaleza, mi debilidad
Mi suerte y mi fortuna
Mi elegida, mi mitad

Eres mi vida y mi agonía
Mi esperanza y mi musa
Mi desorden, mi armonía
Mi más querida intrusa

Eres tú...

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AMO LA CARRETERA

Carburando...

Antonio Jarabo Velayos

La vida es como una carretera sin rumbo y sin horizonte.
Hay momentos en que todo es como una recta interminable
en la que todo es fácil y sencillo, sólo hay que mantener el equilibrio.
Pero detrás de toda recta, siempre llegan las curvas y los problemas.
Intentas sortear todos los obstáculos, superar cada bache inoportuno.
Tratas de dejar atrás todas las piezas de ese eterno rompecabezas.
Y cuando cae la noche y la luna no brilla, todo se complica más,
es en esos momentos en los que el juego sólo es apto para mayores.
Una decisión errónea, un volantazo mal dado, una señal mal puesta
puede llevarte a un choque frontal, puede llevarlo todo al desastre.
Cuando vives esos instantes, nunca sabes dónde vas a desembragar.
Sientes constantemente la sensación de girar y comerte una cuneta,
Sientes ganas de cruzar el desfiladero sin frenos ni luces de emergencia.
Pero entonces es cuando tienes que echarle un pulso a la calle.
Aprieta los dientes con todas tus fuerzas y pisa el acelerador a fondo.
No te preocupes si en algún tramo quizás derrapes en exceso.
Nunca mires por el retrovisor, porque atrás ya no hay nada bueno.
Sigue adelante, mete quinta y si puedes mete también la sexta.
Camina hasta reventar el cuentakilómetros, revoluciona el coche.
Azota a los caballos sin piedad y finge ser el rey del asfalto.
Desahógate hasta que te quedes sin gasolina y el motor ruja de dolor.
Corre, vuela y atraviesa el norte hasta que el coche esté humeante.
A lo largo del viaje, digerirás pinchazos, averías y tormentas.
Todos los sufrimos y acabamos reconduciéndonos tarde o temprano,
todos terminamos atravesando las glorietas al son de un buen silbido.
Puedes pensar que el trayecto se haría más corto si llevas copiloto,
que todo éxodo es menos esclavizante sin alguien te guía y orienta,
pero en la mayoría de los casos ese alguien todavía no es tu pasajero.
Todavía debes seguir más adelante, aunque huela a neumático quemado.
No te dejes entorpecer por las indicaciones y conjeturas de los demás.
Apaga el GPS, cierra los ojos, suelta lastre y continúa avanzando.
Recorre las ciudades en tiempo record y no pares ni para repostar.
Sólo tú sabes cuál es tu meta, a quién debes recoger y a quién no.
Confía en tu instinto, trompea si hace falta y cambia de sentido mil veces.
Lo importante es que nadie atropelle tus sueños y tus ilusiones.
Carbura bien tus deseos y melancolías y adelanta cuando esté prohibido.
Esta marcha la vas a ganar tú sin necesidad de que nadie te remolque,
ponte guapo para la foto finís, sprinta como un loco y fulmina el crono
porque nada puede salir mal si vas montado en tu descapotable...

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CONTINUARÁ...

Silencio, se rueda...
Antonio Jarabo Velayos
Sin darme cuenta me he convertido en el protagonista de la película que siempre quise rodar y que nunca podré pagar. Es una obra imposible porque muestra a los espectadores algo que no están preparados para soportar, algo que nunca han visto y que jamás olvidarían. Posee mucha ilusión, esperanza y empeño. Está repleta de deseos, anhelos, suspiros y contratiempos. Y también contiene ciertas dosis de fatalidad, frustración y desesperación, junto con magia y puro sentimiento revoloteando por doquier, que convierten a la pieza en una imagen entrañable. Sin embargo, aunque soy consciente de que mi nombre jamás encabezará la lista de los créditos, en todas las noches que me paso en vela la cinta se desenrolla en mi cabeza entre sueño y sueño…

Sé en dónde quiero grabar mi futuro, lo que quiero editar de mis pasos y aquellos instantes que quiero ralentizar, que pretendo hacer inmortales. Son esos lapsos de tiempo en los que todo es perfecto y en los que ojala pudiéramos pausarnos eternamente… También tengo estipulado aquellos temas en los que quiero dejar huella y cómo deben suceder cada uno de los hechos que componen esta locura. Veo como serán los soplos de aire fresco y júbilo, los espacios de ocio y lucidez, donde introducir las famosas risas enlatadas e incluso contemplo aquellas situaciones en las que es preferible pasar rápido a ritmo de travelling, fundir a negro y cambiar de escena. Conozco a los protagonistas al dedillo, a pesar de que alguno de ellos no tiene muy claro cuál es su papel en este relato. Y cuento con todo lujo de efectos especiales para asegurarme el éxito de la taquilla. Hasta he compuesto una banda sonora nota a nota y acorde por acorde en la que se mezcla blues, jazz y soul, y todo aderezado con un punto de rock ochentero.

El guión es sublime, consiste en una jornada de puertas abiertas en las que los más osados podrán pasear durante horas por el interior de mi cabeza. Los diálogos están llenos de suspicacias, silencios y dobles intenciones. Pero lo que más me está costando encontrar es un final feliz... Con lo único que me encuentro es con millares de tomas falsas en las que la chica siempre acaba con el tipo equivocado. Y como buen director de mi destino tengo que gritar una y otra vez: ¡¡¡corten!!! Y vuelvo a enfocar el asunto desde otro punto de vista. Hasta la fecha, las butacas del cine están vacías, las palomitas están rancias y el acomodador yace muerto tras el primer anfiteatro. Sólo espero que la realidad acabe superando a la ficción y que lo mejor esté por llegar. Porque yo lo único que quiero es seguir soñando con…

Continuará…

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