sábado, octubre 30, 2010

EFECTO BOOMERANG

El Club de Ajedrez
Antonio Jarabo Velayos
Estoy cansado de que todo sea siempre tan complicado. Estoy aburrido de hacer las veinticuatro horas lo mismo que hice el día anterior. Estoy frustrado de tener que dar las gracias por cada segundo que respiro. Estoy harto de dar lo mejor de mí a los demás y sólo recibir malas contestaciones, gestos fruncidos y algún que otro puntapié de vez en cuando. Y encima, la única persona por la que de verdad daría mi vida, ni siquiera me toma en serio. Ni siquiera se plantea estar conmigo más de dos noches seguidas. Y lo peor es que nunca sabrá todo lo que sería capaz de hacer con tal de que pudiera comer todos los días algodón de azúcar, con tal de que no tuviera ni un simple resfriado y con tal de que las llaves de su portal no se atascaran en la cerradura. Ella no tiene ni la más mínima idea de las discusiones que mantengo con el destino con tal de que no vuelva a derramar una lagrima, con tal de que viva en un mundo de baldosas amarillas y casas de chocolate y con tal de que los tacones no le aprieten demasiado. Nunca se imaginará ni por asomo hasta que punto me atrevería a vender mi alma al diablo con tal de poder ver relucir cada una de sus treinta y dos perlas mientras ríe a carcajadas. Es muy triste…

Hace unos años me di cuenta de que en la vida sólo hay dos caminos. Uno es el del éxito, la fama y el bienvivir. Uno es el del grupo de los deportistas, aquellos que juegan al fútbol en el colegio, se llevan a las chicas más guapas del instituto con sólo chascar los dedos y además van a la facultad montados en lujosos descapotables. Y la otra senda es la que recorro yo. Parece ser que a mí me ha tocado ser parte del otro equipo, ese en el que nadie quiere jugar, el del club de ajedrez. Aquel grupo de chicos con buen corazón, pero sin suerte. En este bando, la paciencia es la mejor virtud de todas. Porque cuando te propones salir de acampada, acaba lloviendo; cuando quieres hacer un viaje, te cancelan el vuelo; y cuando aciertas todos los partidos de la jornada, resulta que no has sellado la quiniela. Por eso, he decidido borrarme de ese engañabobos de la teoría del karma, en la que se supone que todo tiene un equilibrio perfectamente diseñado por los astros. Todo esto va a cambiar. Ya no quiero regalar sonrisas porque sí, ni tampoco tender mi mano gratuitamente y, por supuesto, no pienso aguantar más sobre mis hombros los llantos de ese amor no correspondido. Ahora, he decidido comprarme un boomerang para que todo lo que lance por la ventana en dirección a la felicidad, tenga un trayecto de ida y vuelta sin hacer escalas en otros nombres de pila...

Si yo apuesto por alguien hasta las últimas consecuencias, sólo espero que esa persona también se desviva por mí. Que sea capaz de esperarme más de una hora cuando llego tarde y que sea capaz de escribirme un puñado de líneas dictadas al compás de su sístole de miocardio. Que sea capaz de ver un océano de películas que no soporta mientras se acurruca en mi regazo y que sea capaz de hacer un recopilatorio con aquellas canciones que más me gustan. Una mujer que me coja de la mano sin que se lo tenga que pedir, que me abrace sin buscar excusas para ello y que me bese sin previo aviso. Una mujer que me quiera sin más contemplaciones. Si consigo encontrar a una persona tan especial, alguien que sepa valorar mis detalles, mis piropos, mis celos y mis sueños rotos, ya no volveré a coquetear más con el ajedrez. Lo prometo…

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