viernes, febrero 29, 2008

COLUMNA DE OPINIÓN: VIOLENCIA ESCOLAR

Esperanza

La violencia escolar sólo se puede evitar con la colaboración de toda la sociedad.
Antonio Jarabo Velayos

Le quemaron el pelo, le apalearon con una barra, le orinaron y le pasaron una moto sobre su rodilla. Esta son las terribles agresiones que sufrió el pasado 10 de febrero una adolescente de 15 años de edad como consecuencia de la brutal paliza que le propinaron seis compañeros de clase. A raíz de estos actos de violencia desproporcionada, la joven tuvo que ser hospitalizada durante más de diez días, tiempo en el que los servicios médicos le han realizado dos complicadas operaciones en su ojo izquierdo y en el que le han tenido que recolocar la mandíbula. Se trata de un parte médico que pone de manifiesto, una vez más, el dramático ambiente de tensión en que se desenvuelven miles de niños en sus colegios e institutos. Estos hechos sucedieron en Ermua, pero, día tras día, se producen en cientos de localidades de toda la geografía española en las que el fenómeno del ‘bullying’ o acoso en las aulas es todavía una asignatura suspensa.

Y es que el ‘terrorismo escolar’ es un problema cada vez más incipiente en nuestra comunidad, situándose ya al mismo nivel que las batallas en los campos de fútbol o la violencia de género. Una circunstancia que, sin dudas, denota que algo funciona mal en el vigente sistema educativo. Sin embargo, aunque este tipo de conductas son difíciles de controlar, aún es pronto para declarar el estado de alarma social, ya que existen numerosas medidas desde las que se puede trabajar para atajar estos casos a tiempo y así superar esta plaga.

Entre las soluciones más significativas, se pueden destacar cuatro tipos de mecanismos. En primer lugar, promover castigos y disciplinas desde el hogar, ya que es tarea de los padres facilitar una buena educación a sus hijos. Por otra parte, también es necesario implementar la dedicación y el sacrificio por parte del cuerpo docente para detectar este tipo de actitudes antes de que se lleven a cabo. En este sentido, es fundamental que los educadores impidan los empujones, patadas, lanzamiento de objetos, insultos, motes, discriminaciones y aislamientos que surgen en las relaciones entre alumnos durante un curso. Igualmente, es imperativo que los jueces impongan órdenes de alejamiento a aquellos alumnos conflictivos que ya han cometido este tipo de actos en el pasado y que representan un claro riesgo para la seguridad en los centros académicos. Finalmente, hay que dar ejemplo desde la propia sociedad y los medios de comunicación para que las nuevas generaciones sean mucho más respetuosas y solidarias con sus semejantes.

En resumidas cuentas, la prevención y una dura corrección deben ser las pautas a seguir si se quieren lograr avances en esta materia. Pero, para que estas ideas tengan éxito, debe originarse una activa colaboración entre los padres, los profesores, la ley y los medios de comunicación. Si en los próximos años estas premisas se cumplen a la perfección, los adolescentes dejarán la vergüenza o el miedo a un lado a la hora de solicitar ayuda, los padres y los profesores dejarán de ser los últimos en enterarse del sufrimiento de los niños y los periodistas verán este tipo de noticias como hechos aislados. Es evidente que la situación tiene difícil remedio, pero, al menos, tiene solución y, como se suele decir, la esperanza es lo último que se pierde.