lunes, mayo 08, 2006

LA TV EN TELA DE JUICIO

El Negocio de la telerrealidad
Antonio Jarabo

Los reality show han ido siempre acompañados de la polémica y la crítica. Desde que surgieron este tipo de programas, han sido frecuentes los artículos, informaciones, reportajes e incluso editoriales que han señalado los efectos nocivos para la salud social que supone la proliferación de este nuevo género audiovisual que tanta audiencia está consiguiendo reunir. No obstante, la telerrealidad triunfa en todo el mundo y cada vez hay más espacios de este tipo en las parrillas de la programación televisiva. Para mí, los programas de telerrealidad tienen tanto éxito porque exponen lo que no se ve en el resto de los programas y además, al basarse en la realidad, obtienen un mayor acercamiento e identificación del público con los protagonistas de la emisión televisiva.

A menudo son criticados los reality show porque, en vez de cumplir el fin altruista que dicen proponerse (búsqueda de desaparecidos, informar sobre noticias humanas, periodismo de investigación, estudio de conductas sociales…), caen más bien en la explotación del dolor ajeno e incluso, en la humillación de los participantes. También, se ha discutido mucho sobre la veracidad de los hechos mostrados en estos shows, debido a que las imágenes son editadas y a que los resultados de las votaciones telefónicas pueden ser manipulados por los productores. Sin embargo, esa polémica siempre va a existir y en cierta manera, es parte de lo que le da sabor al show. Pero sobretodo, la alarma proviene de aquellas emisiones que no dudan en violar el derecho a la intimidad o al honor y el derecho del público infantil y juvenil a una protección eficaz de su sensibilidad. En mi opinión, está bien mostrar al público los aspectos sociales, el problema aparece cuando se cruzan los límites de la ética y se juega con los sentimientos creando un espectáculo y haciendo una caricatura de la realidad. De ahí, la acusación frecuente a los reality shows de que se dedican a negociar con sangre, dolor y lágrimas.

Los ataques al realismo televisivo son acompañados, en muchos casos, de críticas a los espectadores por su actitud de pasividad al ver todo lo que ponen en la pequeña pantalla sin tener en cuenta la supuesta baja calidad de los contenidos ofertados. Lo preocupante no es sólo la pasividad de los telespectadores a la hora de ver la televisión, sino también el que la gente se va haciendo cada vez más inmune ante lo que aparece en televisión y por tanto, la cadenas cada vez irán buscando formatos más sorprendentes e innovadores pudiendo llegar a límites insospechados con el fin de impactar a la audiencia. En este sentido, pienso que cada uno tiene la suficiente voluntad para ver lo que en ese momento le apetezca, y si hay un gran número de personas a los que les gusta este tipo de programas, hay que respetar su opinión. Puede que este tipo de programas no ayuden a formar a la persona, pero tampoco creo que en la actualidad sean un producto tan perjudicial como se nos quiere vender, ya que cumplen la difícil función de evitar el aburrimiento y evadir temporalmente al público de todos sus problemas. La incógnita está en hasta dónde es capaz de llegar una empresa televisiva con tal de lograr la rentabilidad económica de un espacio audiovisual.

Para comprender el papel de la telerrealidad en la programación, también es preciso conocer el punto de vista de los programadores a los que se les suele acusar de personas frívolas e insensibles. Es cierto que en algunas ocasiones, según mi parecer, rebasan la línea de lo moral con programas en los que, por ejemplo, se muestra paso a paso el post-operatorio de una cirugía estética o aquellos espacios en los que se tienta a la pareja a ser infiel, pero asimismo, hay que reconocer que sin el apoyo de la audiencia esto no sería posible. Es por esta razón que pienso que la culpa de la clase de televisión que tenemos a día de hoy recae tanto en los que producen los contenidos de este medio como en aquellos que deciden consumirlos. Además, si nos ponemos en la piel de las cadenas, hay que entender que si no se aprovechan del tirón de la telerrealidad, se quedarán atrás en la lucha por sobrevivir en este medio. El problema radica en que son los índices de audiencia los que actualmente determinan, en buena parte, la programación televisiva. Es ésta la justificación favorita de los programadores y directivos de las televisiones. Pero la cuestión clave que debemos plantearnos es si la calidad bien promocionada no puede llegar a vender tanto como la “telebasura”. Me parece lógico que la audiencia esté más receptiva a una programación más atrevida y es cierto que la televisión es un negocio que no subsiste sin éxitos económicos, no obstante, yo creo que existen unos límites deontológicos que no hay que sobrepasar por mucho dinero que esté en juego.

Por otra parte, la libertad de información permite que se puedan ofrecer estos espacios, y que sea el ciudadano, en uso de su libertad, el que decida o no engancharse a ellos. Pero para que esta elección sea del todo justa, el telespectador debe contar con varias alternativas a la hora de escoger, por lo que, la progresiva homogeneización de las parrillas televisivas no es un buen síntoma del futuro que le espera a este medio. Al mismo tiempo, hay que recordar que no es verdad que las televisiones sólo sean servidores de lo que el público pide. Al público también se le educa o se le deforma a través de lo que la televisión le proporciona. Por consiguiente, hay que tener en cuenta el importante aspecto de la responsabilidad social y pública exigida a los encargados de la televisión. Por eso, creo que se deberían buscar fórmulas de telerrealidad en las que no se perjudique a nadie, en las que no se aprovechen de la gente y en las que la televisión pueda conseguir limpiar su imagen públicamente.

Este panorama hace pensar que la única solución está en respetar la ética y la estética televisivas y considerar al telespectador no sólo como un cliente que engrose la cuota de audiencia o share, sino como un ser racional que necesita ser informado, instruido y entretenido, y no ser degradado mediante la explotación de su curiosidad por lo morboso. En este sentido, pienso que falta valentía para apostar por productos audiovisuales en los que se cultiven valores más dignos del espíritu humano a través del empleo de la profesionalidad y la ética periodística. Igualmente, los espectadores deben reflexionar sobre qué tipo de programas quieren ver y sobretodo, qué tipo de televisión quieren que haya. Por el momento, todo parece indicar que la gente prefiere desinhibirse con la televisión y disfrutar viendo programas que, aunque no informen ni eduquen a la población, presentan contenidos entretenidos y llamativos en donde, como suele decirse, la realidad supera a la ficción.