viernes, noviembre 12, 2010

HACIENDO EL TONTO

Últimamente
Antonio Jarabo Velayos

Últimamente, me apetece hacer cosas que antes jamás me hubiera planteado. Quizás me están cambiando los gustos, o el carácter, pero de lo que estoy seguro es de que no estoy madurando porque ahora me rondan por mi cabeza montañas enteras de ideas sinsentido, extravagancias y necedades de todo tipo. Me he convertido en todo un maestro de las sandeces. He retrocedido más de diez años en mi cordura y no sé dónde amarrar el ancla para no perder aún más el rumbo. Se me ocurren locuras de lo más variopintas y mi demencia no parece tener límite. Pero lo peor es la sensación de desenfreno que me martillea el cerebro como un metrónomo en un tempo más que presto. Es como una especie de sobresalto interno que me obliga a llevar a cabo todas las maquiavélicas chifladuras que surgen en mi psique. Y en este proceso, en el que me siento imantado a la mente truculenta de Allan Poe, noto que cada segundo que pasa pertenezco más a un mundo alternativo en el que sólo te dejan pasar con billete de ida, pero no de vuelta. Es una realidad multicolor y amorfa, donde reina el caos y el desorden y en la que se convive con vecinos tan ilustres como Norman Bates, Don Quijote de la Mancha o el Sombrerero Loco.

Empecé con pequeños síntomas sin importancia como un intermitente tic en mi rostro que me provocaba sonreír como un quinceañero cada vez que ella se contoneaba por las tarimas de los mejores clubes. Pero la cosa fue creciendo en intensidad hasta el punto de que llegué a asustarme. Después adquirí un inhóspito interés por pisar todos los charcos que se formaban en las aceras después de una noche de tormenta, con el único fin de arrancarle una leve sonrisa de su semblante etrusco y pensativo. Continué con unas incesantes cosquillas en el estomago que burbujeaban como lo hace la gaseosa cuando se libera de su cárcel embotellada. Y posteriormente, también fui presa de fuertes ataques de paranoias, esquizofrenias y enajenaciones, o lo que es lo mismo, de series indisciplinadas de celos obsesivos que me provocaban una angustia freudiana propia de las pesadillas de aquel niño travieso que no sabe como presentarle sus pésimas notas al padre. El siguiente paso es en el que me encuentro actualmente. Hoy en día me ha dado por hacerla regalos sin parar. Y encima la he regalado lo más valioso que tenía en mi haber. Le obsequiado con una barita mágica que tiene el inmenso poder de conceder todos los deseos a quien la tiene entre sus manos.

Así, hipnotizado por este artefacto místico, me he propuesto cumplir todas sus ilusiones y hacer realidad todos sus sueños. Por eso, hago estupideces como tumbarme sobre la hierba e imaginarme el futuro en blanco y negro, andar marcha atrás mientras contemplo su sombra junto a la mía o hacer el pino como un saltimbanqui cuando siento que su mirada me está examinando. Señoras y señores, al igual que le sucedió al Doctor Jekyll con Myster Hyde, padezco una terrible enfermedad fruto de la automedicación. He tomado con mis propias manos y bajo mi responsabilidad un elixir experimental y efímero que contamina cada uno de los órganos de su huésped como si se tratará de una plaga de langostas. Es un brebaje imposible de contener y que se mete dentro de los huesos, circula por las arterias y acelera el ritmo cardiaco. Una pócima con forma de infusión que te infla los pulmones, te abre los poros de la piel y provoca que se te duerman los dedos de los pies. Un mejunje que te ruboriza los hoyuelos, te entrecorta la voz y te agujerea el cerebro. No sé si este líquido tiene un origen celestial o infernal, pero lo que tengo claro es que nada vuelve a ser igual una vez que una gota de esta esencia se cuela entre tus sentidos. Hasta la fecha de hoy, aún no he dado con la cura y, sinceramente, me da igual porque nunca he sido tan feliz como lo soy ahora cuando me paso las horas muertas haciendo el tonto con ella...

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