jueves, noviembre 11, 2010

GIRANDO EN SENTIDO CONTRARIO

Menos es más...
Antonio Jarabo Velayos
Hay historias que cuando te las cuentan dices para tus adentros: Esto es genial, esto merece la pena ser contado. Este es el caso del relato que a continuación me dispongo a servirles en bandeja de plata para el disfrute sus mercedes. Esta historia es como un cuento, porque realmente, parece una fábula sacada de la imaginación de algún juglar conjugado en el siglo de oro español. Esta es la realidad de Evaristo, un trabajador social de avanzada edad que lleva una curiosa doble vida. Pero en este sueño sacado de las frías calles abulenses, el protagonista no es el hombre, sino más bien su fiel escudero, su amigo más incondicional: el perro. Evaristo es un hombre culto y preocupado por la actualidad, que solidariza su tiempo con los más necesitados, pero que también es capaz de entregarse en cuerpo y alma por ayudar a su mejor socio haciendo cosas que perfectamente podrían colmar párrafos y párrafos de una obra de Charles Dickens.

Puede dar la impresión de que conozco a Evaristo desde que era un infante, pero nada más lejos de la realidad. Nuestra relación se remonta a tan sólo unas pocas semanas. Como no podía ser de otro modo, conocí a Evaristo enfrascado en una labor que le quita nada más y nada menos que 6 horas diarias y que ya le ha costado más de un resfriado. Evaristo es dueño de un bonito espécimen de Bobtail, un cánido de gran tamaño, con gesto bonachón y con un cuerpo algo rechoncho que recuerda a un enorme peluche relleno de algodón. Cuando los ves juntos, sabes que llevan juntos toda la vida: sus pasos se acompasan como por arte de magia y hasta me atrevería a decir que sus propios alientos llevan el mismo ritmo. Es reconfortante vislumbrar como dos seres tan distintos pueden ser tan parecidos y a la vez mostrar esa complicidad por cada calle, paseo, avenida o plazoleta de la ciudad amurallada. Y cuando digo que llevan toda la vida juntos es porque así es. ‘El viejito’, como suele llamarle Evaristo entre bromas, es un servil y sagaz sabueso de 14 años de edad naturales, o lo que es lo mismo, algo así como 88 años en el recuento perruno.

Este olfateador nato se conoce a la perfección cada una de las baldosas y adoquines que presiden nuestra urbe, puede localizar toda clase de olores desde distancias insospechadas, pasando desde la suntuosa fragancia de los pucheros que se sirven en el centro de la ciudad hasta el hedor que rodea a los puntos más descuidados de la senda del río o la esencia de historia y vida que se palpa en los raíles oxidados de los viejos ferrocarriles de la estación. Es capaz de conocer cada centímetro de esta capital e incluso me anticipo a decirles que es probable que no haya una sola esquina de esta selva de asfalto en la que no haya dejado su marca. Y es que desde hace más de 3 años, Evaristo dedica, como les digo, 6 horas de su vida a hacer ejercicio con su perro. Nada más y nada menos que 6 horas, el triple de tiempo que ocupa la jornada laboral de un funcionario. Durante este periodo, pasito a pasito, lentos, pero con buena letra, como con miedo a hacer más ruido del debido y despertar a los tertulianos más cotillas, Evaristo y su mascota se recorren todos los bulevares de esta tortuosa localidad. Me parece admirable que Evaristo ceda estos 360 minutos a la ya casi artesanal labor de sacar a pasear a su querido animal por los escondites de esta ciudad medieval y para más ‘inri’ me parece todo un milagro que lo haga con una sonrisa propia de un maestro de ceremonias que acaba de recibir el aplauso de su público.

El motivo de este desempeño tan esclavizante no es otro que la felicidad de ‘El viejito’. Evaristo sólo piensa en que los últimos años de vida de su mascota sean los mejores y no duda en invertir su tiempo en caminar sin rumbo con tal de que su salud se merme lo menos posible. Entre los perros, como también sucede entre los seres humanos, es bueno andar, pero en el caso de los ancianos como este Bobtail, es fundamental desengrasar los tendones y desoxidar los músculos todo lo posible porque sino el desenlace final se hace más cercano. Cada vereda que cruzan, cada peldaño que rodean y cada travesía que superan es un triunfo más. Él mencionado protagonista, parece cansado, fatigado, pero feliz. Cada movimiento que acomete parece ser muy doloroso para su maltrecha artrosis. En ciertos momentos, parece que estuviera caminando a cámara lenta mientras pisa cristales rotos y le crujen sus huesos. Y aún así, da la sensación de tener el espíritu de un cachorro recién nacido. Cuando Evaristo me cuenta todo el tiempo que le regala a su perro y todo lo que ha sido capaz de abandonar por él, me doy cuenta de que a este mundo y a la humanidad que lo explota aún les queda una esperanza para salvarse. Aún no está todo perdido, aún no se han extinguido las buenas personas que son capaces de hacer cualquier cosa por amor y por lealtad. Es como una gymkhana de sentimientos por la que Evaristo y su camarada pasan día tras día, haga frío o calor, sea por la mañana o por la noche o sea fiesta de guardar.

Esta es una historia sencilla, nada heroica y quizás más común de lo que parece, pero es una historia de las que conmueven, te hacen reflexionar y te revelan que en la vida menos es más, que querer es poder y que hay gestos minúsculos que son suficientes como para hacer girar el mundo en el sentido contrario a las agujas del reloj. Como me dice Evaristo desaforadamente: La vida tiene caminos de ida y de vuelta, pero todos llevan al mismo lugar. Lo importante no es llegar tarde o temprano, lo importante es no llegar sólo. Gracias Evaristo por abrirme los ojos…

Etiquetas: