jueves, mayo 14, 2009

UN HOMENAJE AL MEJOR WESTERN

Pat Garrett y Billy el niño
Antonio Jarabo Velayos
“Pat Garrett y Billy el niño” es el particular homenaje de Sam Peckinpah a la esencia del western y a todo lo que representa para él. En esta cinta, Peckinpah nos muestra una curiosa historia de amistad de forajidos que no logra perdurar por encima de los imperativos de la ley. La película se convierte, así, en una persecución a muerte entre dos amigos y en una reflexión entre qué es lo que sienten los contrincantes y lo que todos piensan que deberían de hacer.
En definitiva, se puede decir que “Pat Garrett y Billy el niño” no es sólo un duelo entre dos leyendas del lejano oeste que vacían sus revólveres a uno y otro lado de la ley, sino que se trata de una fuerte pugna entre la lealtad y el respeto por un compañero y la ruptura de estos valores morales. Es una pelea entre ‘un padre y un hijo’ en la que, pase lo que pase, no puede haber vencedores.
A la hora de contextualizar esta obra maestra del cine del oeste, podemos decir que se trata de una película clásica del western crepuscular. Los tiempos han cambiado y ya nunca volverán a ser como antes, pero los cuatreros y los forajidos siguen igual, se sienten muy a gusto viendo al margen de la ley, se aferran a una existencia sin reglas, y no son capaces de adaptarse a una vida convencional. Es decir, viven en el pasado, recordando con nostalgia aquellas aventuras en las que los caballos corrían más y el whisky parecía saber mejor.
Este relato está lleno de frases lapidarias, profundas e intensas, de mensajes directos que colman el interés del público, que se siente dentro de un halo de misticismo que hace que la obra le atrape desde sus primeros compases. Sin ir más lejos, se puede destacar la siguiente afirmación: “Estoy cansado de rocas amarillas, cansado de evitar mirar tu fea cara, cansado de ver cómo explotan la tierra, cansado de las mordeduras de las serpientes y de las insolaciones, cansado de esperar a que me maten”. Con estas palabras, Sam Peckinpah resume perfectamente el sentimiento de un género y de una forma de vida agotada.
De este modo, representa la naturaleza del western crepuscular. Todas las casas y establecimientos están destrozados, ruinosos, dejados de la mano de Díos, la gente vaga con el alma en pena, se percibe un clima de decadencia, todos saben que acabarán muriendo tarde o temprano a las manos de un malhechor o un cazarrecompensas.
Pero lo más curioso de esta historia es que, a pesar de que a estos tipos le ha tocado vivir en un mundo tan hostil e impredecible, los personajes están guiados por un código de conducta y lealtad que goza el romanticismo en muchos momentos del film, como sucede, por ejemplo, en el duelo entre Bill Kermit y Billy el niño o cuando Pat Garrett no permite que nadie mutile el cadáver de Billy el niño. Es decir, que en el fondo estos hombres también cumplen unas normas, aunque sean unas normas que ellos mismos han instaurado con el paso de los años.
En cuanto al ámbito espacial, el film se desarrolla en una de las zonas de rodaje preferidas de Sam Peckinpah, en la frontera entre Méjico y Estados Unidos. De hecho, durante este largometraje las referencias a la frontera son constantes. En este sentido, también es de destacar el magnífico empleo de los paisajes y de la música para ambientar el espíritu de la época y la melancolía por los buenos momentos de un pasado glorioso y sin retorno.
En la película, también llama la atención cómo se utiliza en varias ocasiones el recurso de que los personajes jueguen al póker como una vía de escape con la que logran evadirse de la realidad y de todas las preocupaciones por unos minutos, es una especie de paréntesis en el que todos se sienten apaciguados y relajados.
Sobre los personajes, hay que decir que las interpretaciones de James Coburn como Pat Garrett (un tipo duro y curtido que ha decidido cambiar el mal por el bien) y Kris Kristofferson (un pistolero alocado que se guía por sus instintos más rockeros) son sublimes, ya que esta obra consigue que el espectador se sienta identificado con ambos, a pesar de que sus posturas son diametralmente opuestas. No obstante, el papel que realiza Bob Dylan no está a la altura de las intervenciones de sus compañeros y muchas veces resulta simple y prescindible.
El final de la cinta es menos espectacular de lo previsto, ya que después de tanto tiempo de persecución y de idas y venidas, y teniendo en cuenta la habilidad de Pat Garrett y Billy el niño el terreno duelístico, se esperaba un tiroteo más frenético y sangriento. Sin embargo, si analizamos los últimos minutos de la película desde un punto de vista simbólico, se observa una enorme potencia narrativa que se materializa en unas conclusiones bastante demoledoras.
Y es que el personaje de Pat Garrett, con tan sólo un disparo, ha conseguido arrebatarle a Billy el niño todo lo que tenía, pero también se ha convertido a sí mismo en la gran víctima del film: un hombre solitario, repudiado por el pueblo y engañado por las autoridades. Además, es un hombre que debe de arrastrar una enorme losa, la de la vergüenza de ver en lo que se ha convertido. Esta idea se refleja en la escena en la que Pat Garrett, tras matar a Billy el niño, dispara al espejo de la habitación para no ver en él el reflejo de su cobardía
En resumidas cuentas, “Pat Garrett y Billy el niño” es la historia de un país que se hace viejo y de unos personajes que no están acostumbrados a vivir en él tantos años. Es una especie de crónica de una muerte anunciada, la de un género en el que el polvo, las espuelas y la justicia balística están empezando a pasar de moda. Se trata de todo un homenaje al buen cine, al mejor western.

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